martes, 11 de agosto de 2009

EJERCICIO 5

LA MANO DESDE EL PUNTO DE VISTA DE... LA MANO
Jose Ramon Campoamor Urendes

Recordaba perfectamente aquella claridad, casi cegadora, pero no las sombras que iban y venían. Sentía dolor en todo el cuerpo, pero no podía hablar. Quería gritar:

- ¡Eh! Soy yo. No se que estáis haciendo, pero me duele mucho. Por favor parad ya.

No había forma de llamar su atención las sombras seguían moviéndose como si cada una tuviera un cometido concreto, una misión encomendada que debía concluir. Intenté moverme, pero me sentía terriblemente pesado. Quizá si intentase abrir los ojos, pero no era posible. Los parpados no obedecían aquello tenia que ser una pesadilla de la que no podía despertar. El dolor aumentaba pero seguía siendo incapaz de moverme, ni siquiera de emitir un sonido.

Las sombras se habían hecho un poco más nítidas. Parecían personas. Si, definitivamente eran personas, parecían tranquilas, cada uno con su tarea. Me pareció oír algo. Antes no se oia, pero ahora podía escuchar un lejano zumbido, un ruido como de vaivén, constante y metódico, como el tic tac de un reloj, y un pitido intermitente.

El dolor iba en aumento y seguía sin poder moverme. ¿Que había pasado? ¿Que me estaban haciendo?. No podía recordar antes de encontrarme allí tumbado con aquella luz sobre la cara. Apenas tenía conciencia de quien era, y no era capaz de recodar nada. Esta asustado, muy asustado. Me sentía indefenso, desamparado, a merced de aquellos desconocidos que hacían conmigo lo que se les antojaba, y que no debía ser nada bueno, porque cada vez me dolía mas. No se decir donde exactamente. Las entrañas en general.

Eso si que lo oí perfectamente. Era una voz de hombre con mucho aplomo debía ser el que dirigía aquello porque sus palabras sonaban a ordenes. Tenia algún problema. No era capaz de hacer algo y se estaba poniendo nervioso. Le oí decir que alguien se estaba despertando y que iba a cortar. El pitido intermitente se convirtió en un pitido continuo. El dolor se hizo repentinamente insoportable.
Tenia que detenerlo. Aquello me dolía mucho. Intentaba levantar mi mano una y otra vez, pero no podía. Tenia que tocarle, que llamar su atención.

Poco a poco una sensación de bienestar se fue apoderando de mi. Seguía sintiendo el cuerpo dormido, pero empezaba a ser capaz de mover la mano. Si, podía mover los dedos, como si tamborilease sobre una mesa.

Con la emoción de haber podido mover los dedos e ir recuperando lentamente movilidad en la mano, no me había dado cuenta de que también podía ver. El dolor había cesado. Podía ver el lugar en el que me encontraba. Era un quirógrafo. Dos médicos discutían sobre la decisión que había tomado uno de ellos. Le recriminaba algo que no alcanzaba a entender, porque hablaban muy bajo. El resto de personas desconectaban el cuerpo de los tubos, cables y aparatos a los que se encontraba conectado. Allí había un cuerpo. Mi cuerpo. Nunca lo había visto por dentro. Unas pinzas mantenían mi tórax abierto y pude ver lo que me dolía. Las entrañas.

Los médicos se pusieron de acuerdo y me trasladaron a otra sala. Por fin podía mover la mano, pero no había tenido oportunidad de tocar a nadie. Tenia que conseguirlo o todo habría acabado. Es curioso, realmente todo ha terminado, pero puedo mover la mano. Quizá si consiguiera tocar a alguno de los que me rodean...

La sala era similar al quirófano, pero sin tanta gente, creo que solo había un medico que se dedicó a descuartizar mi cuerpo de forma metódica. Algo había salido mal y no pensaba dejar ninguna pista. Lo mas sensato era no mover la mano.

La mesa de disección parecía el mostrador de una carnicería. Me invadió un sentimiento de rabia como no había sentido en la vida. Volví a comprobar. Podía mover la mano, incluso sin el peso muerto de todo mi cuerpo mi mano se podía mover de forma autónoma utilizando los dedos a modo de patas, solo era necesario un poco de coordinación. Aprovechando un descuido del medico – matarife hice saltar la mano al suelo. Aquello no iba a quedar así.

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